Las conservas se adaptan a los tiempos y a la alta gastronomía con variopintas y apetitosas sugerencias. Posiblemente porque España es el primer país de la Unión Europea y el tercero del mundo en producción de conservas de pescados y mariscos o porque estas latas te pueden salvar de más de un apuro.
Remontándonos a su historia, en el siglo XIX, Napoleón ofreció 12 mil francos a quien hallase un método para preservar los alimentos por un largo periodo de tiempo con el fin de abastecer a sus ejércitos.
La lata de conservas fue patentada en 1810 por Peter Durand, inventor inglés que sustituyo por latón las jarras de cristal esterilizadas y cerradas al vacío de Nicolas Appert. Bryan Donkin y John Hall compraron la patente e iniciaron la fabricación comercial de enlatados alrededor de 1813 para abastecer a la Armada Británica.
Eso sí, los usuarios sufrieron verdaderas pesadillas para abrirlas, porque no fue hasta 1855 cuando el inglés Robert Yeates inventó el abrelatas, sustituyendo el martillo y el cincel para comodidad y seguridad de todos.
Cinco años más tarde, una empresa de Nueva York creó la primera etiqueta en color donde unos tomates rojos y verdes pintados sobre fondo azul anunciaban el contenido y le aportaban, quizás, un toque de glamour.
En Málaga, conservas Santa Rosa, antigua conservera de Diego Martín Caballero, comercializó los manojos de boqueroncitos fritos en envases de hojalata sobre el 1940, abasteciendo a muchos mercados provinciales.
Actualmente, reconocidos chefs utilizan las conservas añadiéndole un toque innovador para embellecer el plato o incluso emplean sus aceites para reforzar el sabor de una mayonesa, por ejemplo.
Ahora aceites, aceitunas, embutidos, especias, productos cárnicos y un sinfín de productos los podemos encontrar dentro de una hojalata. Eso sí, con abre fácil.